Por Nelson Manrique
En una entrevista concedida un año antes de su muerte, V. R. Haya de la Torre afirmó haber derrotado a Lenin en un debate sobre la naturaleza del imperialismo. Con muy justificada admiración el entrevistador anotó: “Quizá nadie en el resto del continente pueda sostener que tuvo una controversia con Lenin”. “Fue en 1927 –le dijo Haya–, en un Congreso Antiimperialista que se realizó en Bruselas. Cuando Lenin dijo que el imperialismo era la etapa superior del capitalismo, yo le rebatí su teoría. Le dije: ‘No, señor.Eso no ocurre siempre. El imperialismo es la etapa superior en los países donde el capitalismo está desarrollado como en el occidente europeo, pero en nuestros países subdesarrollados el capitalismo está en su etapa inicial’”. Haya precisó que ganó la discusión amparándose en un librito que escribió Marx acerca del colonialismo. (“¿Haya Presidente?”, X – Semanario del Pueblo Peruano, Nº 117, 13-19 de julio, Lima, 1978). Se trata de una victoria absolutamente extraordinaria, pues para 1927 Lenin llevaba ya tres años muerto. Murió en enero de 1924, cuando Haya tenía veintiocho años de edad y era apenas un destacado dirigente estudiantil de un país que seguramente muy pocos rusos serían capaces de ubicar en un mapamundi. La explicación más plausible de este incidente es que a Haya se le confundieron los recuerdos; en julio de 1978 estaba al borde de los 84 años y es posible que sus facultades mentales estuvieran ya deterioradas. Lo que interesa destacar es que los delirios de un anciano no son arbitrarios. Su fantasía de haber derrotado en una polémica a Lenin se hace más comprensible si se considera la atmósfera de adulación de la que estuvo rodeado a lo largo de su vida. En mayo de 1957 Haya volvía al Perú por un breve periodo y el Apra le preparó una recepción apoteósica. Su mejor amigo, Luis Alberto Sánchez, viajó con gran ilusión a Talara para darle la bienvenida, pero se llevó una desagradable sorpresa: “Regresé bastante decepcionado. Haya en Europa era un ser como el que ya conocía desde 1917, como el que traté en mis andanzas, pero este de Talara y Trujillo se parecía demasiado al Haya de las horas de embriaguez de poder, al de 1947, seco, a menudo descortés” (L. A. Sánchez, Testimonio personal: memorias de un peruano del siglo XX, Lima: Mosca Azul 1987, p. 26). Siempre existió en el Apra un aura religiosa rodeando al liderazgo de Haya y si a esto se le añade la inevitable existencia de ventajistas que medraban haciéndole la corte puede entenderse que terminara perdiendo la perspectiva sobre el valor de su aporte intelectual y su papel en la historia. En mayo de 1948 Haya viajó a EEUU. He aquí algunas notas que entonces se escribieron en La Tribuna, el periódico oficial del Apra: “Lo han medido como se mide a los grandes hombres: como a Gandhi o a Roosevelt. En menos de dos meses y medio ha hablado ante los ‘jerarcas’ del pensamiento contemporáneo y ha fijado al mundo, presente y del mañana, con la doctrina y filosofía orientadora del aprismo. Esta ha sido pues la tarea gigantesca de ese gran hombre, orgullo del Perú y paladín de Indoamérica. Cuando la historia se haga … la figura señera y magistral del Jefe del Partido del Pueblo, Víctor Raúl Haya de la Torre, ha de emerger como la columna vertebral de un nuevo mundo capaz de llegar a la felicidad”. Haya había “descubierto nuevas concepciones, sobre las cuales va a levantarse la arquitectura del Hemisferio”. Su voz había resonado “exhibiendo ante la humanidad un nuevo credo de vida, una nueva filosofía y un nuevo destino”. Los periodistas apristas lo comparaban con el Cid Campeador, y lo proclamaban “soldado glorioso que ha disparado hacia la eternidad los impactos de su genio creador”, etc. Guillermo Carnero Hoke llegó a describirlo como el “genio tutelar” que “parecía a veces tocar con su puño de piedra, desde un promotorio de siglos, las puertas de la inmortalidad...parecíales a todos los asambleístas, después de terminado, haber vuelto de Dios” (Luis Eduardo Enríquez, La estafa política más grande de América. Lima: Ediciones del Pacífico, 1951, pp. 118-121).
En una entrevista concedida un año antes de su muerte, V. R. Haya de la Torre afirmó haber derrotado a Lenin en un debate sobre la naturaleza del imperialismo. Con muy justificada admiración el entrevistador anotó: “Quizá nadie en el resto del continente pueda sostener que tuvo una controversia con Lenin”. “Fue en 1927 –le dijo Haya–, en un Congreso Antiimperialista que se realizó en Bruselas. Cuando Lenin dijo que el imperialismo era la etapa superior del capitalismo, yo le rebatí su teoría. Le dije: ‘No, señor.Eso no ocurre siempre. El imperialismo es la etapa superior en los países donde el capitalismo está desarrollado como en el occidente europeo, pero en nuestros países subdesarrollados el capitalismo está en su etapa inicial’”. Haya precisó que ganó la discusión amparándose en un librito que escribió Marx acerca del colonialismo. (“¿Haya Presidente?”, X – Semanario del Pueblo Peruano, Nº 117, 13-19 de julio, Lima, 1978). Se trata de una victoria absolutamente extraordinaria, pues para 1927 Lenin llevaba ya tres años muerto. Murió en enero de 1924, cuando Haya tenía veintiocho años de edad y era apenas un destacado dirigente estudiantil de un país que seguramente muy pocos rusos serían capaces de ubicar en un mapamundi. La explicación más plausible de este incidente es que a Haya se le confundieron los recuerdos; en julio de 1978 estaba al borde de los 84 años y es posible que sus facultades mentales estuvieran ya deterioradas. Lo que interesa destacar es que los delirios de un anciano no son arbitrarios. Su fantasía de haber derrotado en una polémica a Lenin se hace más comprensible si se considera la atmósfera de adulación de la que estuvo rodeado a lo largo de su vida. En mayo de 1957 Haya volvía al Perú por un breve periodo y el Apra le preparó una recepción apoteósica. Su mejor amigo, Luis Alberto Sánchez, viajó con gran ilusión a Talara para darle la bienvenida, pero se llevó una desagradable sorpresa: “Regresé bastante decepcionado. Haya en Europa era un ser como el que ya conocía desde 1917, como el que traté en mis andanzas, pero este de Talara y Trujillo se parecía demasiado al Haya de las horas de embriaguez de poder, al de 1947, seco, a menudo descortés” (L. A. Sánchez, Testimonio personal: memorias de un peruano del siglo XX, Lima: Mosca Azul 1987, p. 26). Siempre existió en el Apra un aura religiosa rodeando al liderazgo de Haya y si a esto se le añade la inevitable existencia de ventajistas que medraban haciéndole la corte puede entenderse que terminara perdiendo la perspectiva sobre el valor de su aporte intelectual y su papel en la historia. En mayo de 1948 Haya viajó a EEUU. He aquí algunas notas que entonces se escribieron en La Tribuna, el periódico oficial del Apra: “Lo han medido como se mide a los grandes hombres: como a Gandhi o a Roosevelt. En menos de dos meses y medio ha hablado ante los ‘jerarcas’ del pensamiento contemporáneo y ha fijado al mundo, presente y del mañana, con la doctrina y filosofía orientadora del aprismo. Esta ha sido pues la tarea gigantesca de ese gran hombre, orgullo del Perú y paladín de Indoamérica. Cuando la historia se haga … la figura señera y magistral del Jefe del Partido del Pueblo, Víctor Raúl Haya de la Torre, ha de emerger como la columna vertebral de un nuevo mundo capaz de llegar a la felicidad”. Haya había “descubierto nuevas concepciones, sobre las cuales va a levantarse la arquitectura del Hemisferio”. Su voz había resonado “exhibiendo ante la humanidad un nuevo credo de vida, una nueva filosofía y un nuevo destino”. Los periodistas apristas lo comparaban con el Cid Campeador, y lo proclamaban “soldado glorioso que ha disparado hacia la eternidad los impactos de su genio creador”, etc. Guillermo Carnero Hoke llegó a describirlo como el “genio tutelar” que “parecía a veces tocar con su puño de piedra, desde un promotorio de siglos, las puertas de la inmortalidad...parecíales a todos los asambleístas, después de terminado, haber vuelto de Dios” (Luis Eduardo Enríquez, La estafa política más grande de América. Lima: Ediciones del Pacífico, 1951, pp. 118-121).
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